Este relato lo escribí en 2012, y lo subí en 2013, y después de varios años, lo vuelvo a subir editado y corregido.
EL BRINDIS
Llego a casa que ya no me aguanto ni los zapatos, ¡y el sostén, ni se diga! ¡Libertad al fin! Busco en el closet esos pantalones de mezclilla viejos que corté para hacerlos shorts (¡a mi edad, qué más da!), y la camiseta que me queda súper grande para sentirme delgada. ¡Prioridades, mijita! Comodidad total!
Siento el airecito de la tarde (calientito como es común en Mérida) prendo el aire acondicionado en jet para que enfríe rápido , para luego dejarlo en 24, el clima está rico , pero se me antoja ponerme calcetines ¿será que a mis casi sesenta me estoy poniendo chocha?
Abro el refri a ver qué encuentro para cenar. ¡Ay, la madre! La luz me da de lleno y se me ven todas las arrugas, ¡qué horror! No sé si hacerme un sándwich de jamón y queso (lo más fácil) o picar fruta con yogurt y granola (pa’ sentirme joven, aunque sea por un rato). ¡Eureka! Veo la botella de vino que compré el sábado, ¡todavía le queda un buen trago! ¡Chin, chin! Pues copa de vino va, un pedazo de queso, reviso que no tenga moho, pues no recuerdo cuando lo compré, y galletas ritz, ¡y a darle que es mole de olla!
Mientras me sirvo la copa, me acuerdo de aquel… Y en mi cabeza, le digo:
«Si wey… ¡ya sé que el vino no se mete al refri! Y que abierto pierde sus «cualidades», ¡ajá! Me lo repetiste hasta el cansancio… Pero hoy me da igual, ¡me gusta frío y punto final! Además, ¿yo experta en vinos? ¡Si nunca tuvimos ni para comprar uno bueno, ni te puedo dar un ejemplo, no conozco ninguno bueno! ¿O sí? Y no me voy a acabar la botella yo solita, ¡tampoco soy alcohólica, eh! Así que… ¡lo disfruto a mi manera y ya! Aunque también me guste a la tuya… Pero este momento es mío, ¡y de nadie más! ¡Así que no me molestes!»
Después de ese sermón mental, hago una pausa y me doy cuenta que me acordé de él después de tantos años, me da escalofríos, no cabe duda que ya estoy chocha, en fin me siento en mi sillón favorito, ese que ya está más viejo que yo y tiene la forma de mi trasero. Acerco la mesita, pongo mi cena de lujo y la copa de vino. ¡Ay, qué frío en las piernas! Voy corriendo al cuarto y agarro la cobijita de cuadros que me compré en bodega aurrera (¡la adoro!). Me tapo las piernas y prendo la tele.
Le doy el primer trago al vino, y sale un «mmm» de puro gusto. Con la mano libre, agarro el control y empiezo a cambiar canales como loca, hasta que encuentro la película que he visto como mil veces: «El diario de Bridget Jones». (¡Amo esa película! Me siento identificada, porque todas las mujeres hemos sentido esa presión por encontrar marido, ¡pero al final una se da cuenta de que para algunas lo mejor es estar sola y sin dar explicaciones!).
Entre bocado y trago, disfruto la película como si fuera la primera vez. Cuando se acaba, el plato está vacío, solo quedan migajas de galletas (¡qué ricas!) y un poquito de vino en la copa. Y ahí, con una sonrisa irónica que me llega hasta el alma, levanto mi copa y digo:
Estoy aquí bebiendo soledades
y entre cada sorbo recuerdo
las ausencias…
así que en honor a ellas
este último trago… lo acompaño
con un brindis…
«Brindo por todos esos…
¡culeros!… que me hicieron
creer en el amor
para luego decir adiós
y dejarme aquí, más sola que un calcetín…
bebiendo vino barato
y llenando mi cabeza de recuerdos… ¡y de arrugas!
Y que gracias a ellos ahora estoy tan libre
llena de paz y sin rencores solo con recuerdos
hermosos recuerdos !
¡SALUD! (y si no se acuerdan de mí me vale madres!)»
Me levanto del sillón como puedo (¡ay, la ciática!), llevo mi plato y copa a la cocina, los lavo rapidito, abro el refri otra vez, veo la botella de vino… y sonrío con malicia. Apago la luz y me despido en voz baja… «Hasta mañana, vinito». Creo que mañana si me lo termino, porque se va amargar. Jijijuji
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